Las mujeres se convirtieron en las líderes naturales que llevan a cabo las gestiones para aplicar la ley ya que han sido las administradoras tradicionales de los bosques, abasteciendo de manera sostenible de alimentos, combustible y forraje a los pobres sin tierras, así como mediante la recolección de materiales para cercar sus huertas, y obtener plantas medicinales y madera para construir su casas con techos de paja.
Por Manipadma Jena
Mujeres de la aldea tribal de Gunduribadi, en el estado oriental de Odisha, en India, patrullan la selva con palos para evitar la tala ilegal. Crédito: Manipadma Jena/IPS
NAYAGARH, India, 4 may 2015 (IPS) - Lejos de Nueva Delhi, en India se desarrolla en silencio un drama que abarca a 275 millones de personas que viven en los bosques del país y que podría ser la lucha definitoria del siglo XXI.
Kama Pradhan, una mujer indígena de 35 años, con sus ojos fijos en la pantalla de un dispositivo GPS portátil, se mueve rápidamente entre los árboles. Delante de ella, un grupo de hombres se apresura a limpiar los arbustos de los pilares dispersos por esta densa selva del distrito de Nayagarh, en el oriental estado de Odisha.
"Nadie nos puede robar ni un solo metro de nuestra madre, la selva. Ella nos dio la vida y nosotros damos la vida por ella": Kama Pradhan, mujer indígena de la aldea de Gunduribadi.
Los pesados marcadores de piedra, dispuestos por las fuerzas británicas hace 150 años, delimitan el perímetro exterior de una zona que la administración colonial determinó que sería una reserva forestal de propiedad estatal, ignorando en su momento la presencia de millones de habitantes de los bosques, que habían vivido de la tierra durante siglos.
Pradhan integra la aldea tribal de Gunduribadi, compuesta por 27 hogares en total, y trabaja con los demás residentes para trazar los límites de esta selva de 200 hectáreas que la comunidad reclama como su tierra ancestral.
Al grupo le llevará días recorrer el terreno montañoso con los mapas del gobierno y sus rudimentarios sistemas GPS para encontrar la totalidad de los marcadores y determinar el alcance exacto de la zona boscosa. Pero Pradhan está decidida a hacerlo.
“Nadie nos puede robar ni un solo metro de nuestra madre, la selva. Ella nos dio la vida y nosotros damos la vida por ella”, asegura la mujer a IPS, con la voz temblando de emoción.
A la vanguardia de este movimiento se encuentran las comunidades tribales de estados como Odisha, decididas a valerse de la enmienda A2012 de la ley de Derechos Forestales para reclamar el título de propiedad sobre sus tierras.
Una de las disposiciones de la ley que devuelve más poder a los habitantes de la selva y a las comunidades tribales les dio el derecho a poseer, administrar y vender los productos forestales no madereros, de los cuales unos 100 millones de personas sin tierras dependen para obtener sus ingresos, medicinas y viviendas.
Vigilantes aprehenden a un ladrón de madera. La tala se supervisa con rigor en los bosques de Odisha, y el permiso para retirar troncos solo se concede a las familias que los necesitan para construir viviendas o encender las piras funerarias. Crédito: Manipadma Jena/IPS
Las mujeres se convirtieron en las líderes naturales que llevan a cabo las gestiones para aplicar la ley ya que han sido las administradoras tradicionales de los bosques, abasteciendo de manera sostenible de alimentos, combustible y forraje a los pobres sin tierras, así como mediante la recolección de materiales para cercar sus huertas, y obtener plantas medicinales y madera para construir su casas con techos de paja.
Con el liderazgo de mujeres como Pradhan, 850 aldeas del distrito de Nayagarh gestionan colectivamente 100.000 hectáreas de terrenos selváticos y, en consecuencia, 53 por ciento de la masa terrestre de la zona ahora tiene una cubierta forestal.
Eso es más del doble del promedio nacional en toda India, que se limita a 21 por ciento de cubierta forestal.
En total, 15.000 aldeas, principalmente en los estados orientales, protegen unos dos millones de hectáreas selváticas.
Cuando la vida depende de la tierra
La última Encuesta Forestal de India concluyó que la cubierta forestal del país aumentó 5.871 kilómetros cuadrados entre 2010 y 2012, lo que llevó el total a 697.898 kilómetros cuadrados, o aproximadamente 69 millones de hectáreas.
Sin embargo, la investigación indica que todos los días un promedio de 135 hectáreas de tierras forestales se entregan a proyectos de desarrollo, como la minería y la generación de energía.
Las comunidades tribales de Odisha no son ajenas a los proyectos de desarrollo a gran escala que se aprovechan de la tierra.
Cuarenta años de tala ilegal en cinturón forestal del estado, junto con la venta comercial de teca, sala (Shorea robusta) y bambú, dejaron estériles a las colinas.
Los arroyos que antes regaban las pequeñas parcelas de tierras de cultivo comenzaron a secarse, a la vez que las fuentes de agua subterránea desaparecían gradualmente. Entre 1965 y 2004, Odisha experimentó sequías recurrentes y crónicas, incluidos tres períodos de sequía consecutivos entre 1965 y 1967.
Las aldeas se despoblaron, ya que casi 50 por ciento de la población huyó en busca de alternativas.
“Los que nos quedamos tuvimos que vender los utensilios de bronce de nuestras familias a cambio de dinero en efectivo para comprar arroz. Era tal la escasez de madera que a veces los muertos tenían que esperar mientras íbamos de casa en casa pidiendo troncos para la pira funeraria”, recuerda Arjun Pradhan, de 70 años y jefe de la aldea Gunduribadi, en diálogo con IPS.
Nibasini Pradhan, de la aldea de Gunduribadi, maneja un dispositivo GPS suministrado por el gobierno para ayudar a la comunidad a definir los límites de sus tierras ancestrales. Crédito: Manipadma Jena/IPS
Cuando la crisis se agravó, Kesarpur, un consejo municipal en Nayagarh, ideó una campaña que ahora sirve como modelo para la silvicultura comunitaria en Odisha.
El consejo asignó derechos a cada familia, según sus necesidades, para recoger leña, forraje o productos comestibles. Toda persona que deseara talar un árbol para una pira funeraria o hacer reparaciones en su casa debía pedir permiso especial. Asimismo, las hachas estaban prohibidas en el bosque.
Los aldeanos se turnaban para patrullar la selva mediante el sistema “thengapali”, que se traduce literalmente como la “rotación del palo”. Cada noche, los representantes de cuatro familias hacían sus rondas con palos tallados. Al final de su turno, los vigilantes dejaban los palos junto a las puertas de sus vecinos, lo que indicaba el cambio de guardia.
El consejo impuso sanciones estrictas pero lógicas a quienes violaran las reglas. Aquellos atrapados robando debían pagar una multa correspondiente al robo. No presentarse a la patrulla resultaba en una noche adicional de guardia.
A medida que la selva se regeneraba lentamente, los aldeanos asumieron sacrificios adicionales. Todas las cabras, cuya venta significaba dinero fácil en tiempos difíciles, fueron vendidas y prohibidas durante 10 años para proteger los brotes nuevos en el bosque. En vez de cocinar dos veces al día, las familias preparan ambas comidas en una sola fogata para ahorrar madera.
De la deforestación a la reforestación
Unos 20 años después de que se aplicara este proyecto piloto, un arroyo pasa por las afueras de Gunduribadi y permite el riego de pequeñas huertas cultivadas con lentejas y verduras listas para su cosecha.
Bajo la sombra de un árbol, el agua limpia brota de una profundidad de 120 centímetros a un pozo recién excavado. Las mujeres de edad avanzada se llevan cubos de agua con facilidad.
Manas Pradhan, quien dirige el comité local de protección forestal, explica que las lluvias depositan humus selvático en las 28 hectáreas de tierras de cultivo gestionadas por las 27 familias. Eso dio lugar a un suelo tan rico que una sola hectárea produce 6.500 kilogramos de arroz sin refuerzos químicos, equivalentes a tres veces el rendimiento normal de las granjas en los alrededores de los bosques que no reciben la misma protección, afirmó.
“Cuando la papa era escasa y se vendía al precio inaccesible de 40 rupias (65 centavos de dólar) por kilo, la sustituimos con pichuli, un tubérculo dulce disponible en abundancia en la selva”, explicó Janha Pradhan, una mujer indígena sin tierra, señalando a un pequeño montón del producto que cosechó durante su patrulla en la noche anterior.
“Hicimos buen dinero vendiendo algunos en la ciudad cuando los precios de la papa subieron hace unos meses”, añadió.
En un estado donde los ingresos promedian los 40 dólares al mes, y el hambre y la desnutrición afectan a 32 por ciento de la población, con la mitad de los niños y niñas con bajo peso, esta comunidad representa un oasis de salud en un desierto de pobreza.
Este reportaje forma parte de una serie concebida en colaboración con Ecosocialist Horizons.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga
Fuente: IPS Noticias
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