Infinidad de balcones, patios traseros, tejados, jardines comunitarios, terrenos sin construir en pleno centro… Montreal está llena de oportunidades para los practicantes de la agricultura urbana, un fenómeno que día a día gana en popularidad y que se estima que ya cuenta con un millón de adeptos en la isla. Paseando por las calles de la metrópolis quebequense, no es extraño ver un pequeño huerto en una de sus esquinas, cuidado por uno o varios vecinos de los edificios de planta baja y piso adyacentes. En un artículo publicado en 2012, Eric Duchemin, profesor de ciencias ambientales de la UQAM, afirmaba que el 38% de los habitantes de Montreal, cerca de un millón de personas, decían practicar la agricultura urbana. Estas cifras indican que el fenómeno ha dejado de ser residual para convertirse en una actividad común entre los montrealeños.
Históricamente, la isla de Montreal albergaba los terrenos más fértiles de todo Canadá, un pasado agrícola que la ciudad fueperdiendo a pasos acelerados debido a la industralización y la consecuente mineralización de sus espacios, que provocó una expulsión de las actividades agrícolas a zonas cada vez más alejadas de los centros urbanos. No obstante, las diferentes guerras y crisis económicas del siglo XX provocaron que las autoridades de diversos países incitaran a sus habitantes a cultivar sus jardines mediante políticas como los jardines de la victoria de la Primera y la Segunda Guerra Mundial en EEUU, Canadá e Inglaterra. Estos jardines eran cultivos urbanos destinados a abastecer de alimentos a la población durante los periodos de guerra, que llegaron a producir cerca de un 40% de todo el consumo de vegetales en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, los cultivos también tenían la función de levantar la moral y la esperanza de los habitantes.
Según la etnourbanista Sandrine Baudry, la agricultura urbana tal y como la conocemos actualmente en Norteamérica nace de la crisis económica, social y política que padecieron diversas ciudades del continente, particularmente Nueva York. Fue en esta ciudad estadounidense donde apareció el movimiento de los Guerrilla Gardeners, un grupo activista que protestaba contra la deserción de los centros urbanos por parte de sus propietarios, que quemaban sus propiedades para poder ser compensados por las aseguradoras y dejar así de pagar impuestos a la ciudad.
El movimiento, liderado por Liz Christy, artista y fundadora del grupo activista, empezó a hacer
aparecer la vegetación en estos espacios privados y abandonados gracias a las bombas de semillas, que consistían en recipientes arrojables, como globos o bolas de navidad, rellenos de una mezcla de agua, abono y una selección de semillas. Esta primera acción de los activistas precedió a la apropiación de un terreno abandonado en el sur de Manhattan para la creación del primer jardín comunitario de la ciudad en 1973, que rápidamente traspasó su función reivindicativa para ser adoptado por las familias con pocos ingresos para cultivar sus alimentos, y que actualmente se conoce como el Liz Christy Garden.
Un Montreal muy comestible
Curiosamente, tanto en Nueva York como en Montreal fueron los incendios intencionados los que propiciaron la aparición de los primeros brotes verdes en los centros de las ciudades. En el caso de Montreal, fueron los incendios provocados en el centro-sur de la metrópolis durante la huelga de bomberos de 1974, el week-end rouge, los que permitieron la aparición de un movimiento vecinal para la creación de un jardín comunitario que permitiera asegurar la alimentación de los vecinos más desfavorecidos. El jardín, situado en la intersección entre las calles Alexandre-Desève y Lafontaine, fue el precursor de una red municipal de jardines comunitarios que actualmente cuenta con 97 huertos y 25 hectáreas de cultivos repartidos por toda la ciudad, algunos de ellos con listas de espera de más de 7 años.
Jardín Rayside. (Foto: Rayside Labossière architectes)
Sin embargo, a pesar de la buena acogida que tienen estas políticas, actualmente solamente el 33% de los productos alimentarios consumidos por los quebequenses provienen del Quebec. Y los datos aún serian mucho más decepcionantes si supiéramos el porcentaje de productos consumidos por los habitantes de Montreal que provienen de un radio de menos de 75 kilómetros.
Por suerte, Montreal tiene unas características urbanas y sociales envidiables que permiten la proliferación de multitud de iniciativas que invitan a imaginar una ciudad más verde y más amable con sus habitantes. La ciudad cuenta con unos barrios históricos muy activos culturalmente, y con una arquitectura que anima a sus habitantes a relacionarse, con edificios bajos con grandes balcones, calles secundarias generosas y cubiertas planas; lugares todos ellos fácilmente apropiables para el cultivo con muy poca inversión.
Este hecho ha permitido la aparición de iniciativas tan interesantes como las ruelles vertes, Santropol Roulant, Les Pousses Urbaines, Action Comuniterre y Alternatives, por citar algunas, que combinan la implicación social con el cultivo urbano. Además, la mayoría de universidades y algunos centros de educación secundaria de la ciudad disponen de jardines de cultivo experimentales en las cubiertas de sus edificios, y la UQAM ha organizado recientemente la sexta escuela de verano sobre el tema con gran éxito de participación.
La agricultura urbana puede tomar multitud de formas diferentes y, aunque la mayoría de proyectos existentes son sin ánimo de lucro, Montreal dispone de varias propuestas de carácter comercial. La más sorprendente de entre ellas es sin duda la empresa Fermes Lufa, que ha instalado uno de los invernaderos más grandes del mundo sobre la cubierta de un edificio industrial para hacer crecer frutas, legumbres y finas yerbas mediante un sistema hidropónico, abasteciendo así a más de mil familias de la ciudad con sus cestas de productos biológicos.
Durante los próximos meses, el riguroso invierno de Montreal no permitirá a la mayoría de aficionados a la agricultura urbana continuar con sus actividades, pero seguro que el año que viene éstos volverán con fuerzas renovadas y con más ganas si cabe de proseguir con su aventura.
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ACERCA DE MANEL ROMERO
Manel Romero es arquitecto por la ETSAV, Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès. Especializado en arquitectura y sostenibilidad, antes de su llegada a Canadá trabajó en Calatayud-Claret Arquitectes y en el prototipo de vivienda sostenible y autosuficiente UPC-LOW3, además de ejercer por cuenta propia y coordinar durante un año el servicio internacional del Colegio de Arquitectos de Cataluña. En enero de 2014 llega a Montreal para conocer nuevas técnicas de construcción en madera y de gestión de proyectos y empresas de arquitectura.
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