domingo, 24 de maio de 2015

Elementos de Etnomedicina Veterinaria en la Historia De Venezuela - 2

Revista del Colegio de Médicos Veterinarios del Estado Lara

Año 3. Número 2. Volumen 6
Julio - Diciembre 2013
Páginas 6 - 18

Naudy Trujillo Mascia, M.V., M.Sc.
Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina Veterinaria
Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado
Decanato de Ciencias Veterinarias
Cátedra de Historia, Ética y Deontología de la Medicina Veterinaria
Edificio “B” - Núcleo Tarabana. Telf. 58-251-2592416 Fax 58-251-2592404
naudytrujillo@ucla.edu.ve
Barquisimeto, Venezuela

Etnomedicina Veterinaria en Venezuela Colonial

En general, los sistemas de curación primitivos usados en las zonas ganaderas de la América, de la etapa colonial y de la actualidad, son resultado del sincretismo de conocimientos naturalistas indígenas y africanas con prácticas empíricas tradicionales españolas además de la adición de ciertos y reducidos adelantos científicos. La suma de estos elementos es lo que se ha denominado recientemente Etnoveterinaria, que nos es otra cosa que el saber zoosanitario radicado en el colectivo.

Los indígenas hicieron aportes importantes que se sumaron a los conocimientos empíricos europeos en la terapéutica mestiza colonial; también los negros africanos aportaron lo propio en las unidades de explotación situadas en las áreas rurales, llegándose a convertir, por ejemplo, en el siglo XVIII en los llanos occidentales en los mejores curanderos mediante el uso de medicamentos y brebajes de hierbas y plantas, además de oraciones y sortilegios[6]; y por otro lado, los albéitares-herradores[7] españoles en la conquista de América terminaron por hacer

“…igualmente de boticarios, y a los medicamentos de procedencia española como el romero, la salvia, la mandrágora y la ruda, incorporaron la prodigiosa floración de la medicamenta aborigen del reino vegetal, con una colección de hierbas que abarcaban hasta las alucinógenas que tan primorosamente nos relata Bernandino de Sahagún.”[8]

En Venezuela hasta el siglo XIX, debido a la falta de prevención zoosanitaria ocasionada por la limitada atención científica, las enfermedades aisladas, más aun las epizootias y enzootias[9], resultaban catastróficas; no habiendo mucho que hacer para salvar los rebaños si estas se presentaban. En los hatos, fundos y haciendas o durante los arreos de traslado, los animales enfermos, tanto equinos como bovinos, comúnmente eran sacrificados aprovechándose solamente su cuero debido al temor de consumir carne de un animal afectado.

Bajo este ambiente de limitaciones, sin embargo, el uso de las purgas, unturas, emplastes y cataplasmas vegetales en su mayoría, pero con incorporación en ocasiones de productos de origen animal y mineral, fueron prácticas comunes en el ambiente ganadero; y muchas de estas prácticas siguen siendo usadas en zonas rurales y remotas.

En efecto, solo en casos muy excepcionales donde el animal era víctima del algún percance leve (como una pequeña herida, una caída o un golpe), en el caso de afecciones podales no complicadas, en golpes de calor o en lesiones dermatológicas que comprometieran la calidad del cuero o las facultades de carga del animal se decidía a aplicar tratamientos.

Estas acciones terapéuticas incluían, entre otras cosas, el uso de cataplasmas de hierbas, collares de ajo y emplastos de chimó[10]. La Cocuiza (Agave fourcroydes o Furcraea andina) también es comúnmente utilizada ya que

“Su zumo es profiláctico y cicatrizante [colocado] en heridas, erupciones y lujaciones. Adormece, quita el dolor y aumenta la circulación sanguínea. Se usaba mucho en los esclavoscuereados.”[11]

Asimismo, los recrecimientos de la piel, las ulceraciones debidas heridas o al roce con los aperos o el Mazamorrón, que es como se llamaba la ulceración del surco coronario del casco del caballo, eran tratados a hierro candente[12] con la posterior colocación de cataplasmas vegetales o ungüentos naturales.[13]

Para afecciones de la piel en humanos, viajeros como Caulin y Gumilla mencionan que los indígenas venezolanos usaban las cáscaras de los frutos del Guamache o Guamacho (Pereskia guamacho) y del Jobo (Jobo: Spondias cytherea o Jobito: Spondias bombin) para cicatrizar llagas, el Tabaco (Nicotiana tabacum) para tratar mordeduras de serpientes, la corteza del tronco del Guayacán (Tabebuiasp) para las hinchazones y la semilla del Merey (Anacardium occidentale) molida como cáustico para tratar empeines y ronchas[14]; sin embargo, no es nada descabellado que se haya echado mano de estos medicamentos para tratar afecciones dermatológicas animales.

Otros medicamentos de origen vegetal que efectivamente se usaban en animales eran los laxantes hechos con Berro (Lepidium sativum) colocado en aguardiente o el líquido aceitoso color topacio extraído de los frutos del Tártaro (Tártago de Venezuela: Ricino Ricinus communis) mezclado con leche de yegua o burra[15]; también Gumilla y Caulin mencionan que los indígenas usaban para tal fin la fruta de la Maya (Bromelia chrysantha), el Tourko (¿?) o Canela de El Tocuyo (¿?)[16] y la Tuatúa (Jatropha gossypiifolia)[17].

La investigadora Evangelina Pollak-Eltz ha identificado algunos medicamentos indígenas venezolanos como la infusión de semillas y hojas de Cariaquito (Lanten sp), Guamacho (Petreskia guamacho) y Onoto (Bixa orellana) para la fiebre; las cataplasmas de Guamacho y Verdolaga (Portulaca oleracea) para las heridas infectadas; el Bálsamo de Copaiba (Copaifera officinalis) mezclada con miel y Cocuiza (Aloe vulgaris)[18] para la cicatrización; Aji (Capsiccum sp) mezclado con sal y saliva humana para los ojos infestados; Cuerno de Ciervo[19] mezclado con jugo de Tabaco (Nicotiana tabacum) para tratar mordeduras de culebras.[20]

Por cierto que el uso de las hojas de Tabaco en cataplasmas y bebedizos para cicatrizar heridas parece ser una práctica común entre los negros esclavos africanos.[21] De hecho en el caso del origen de los medicamentos en la medicina indígena americana y africana

“Estudios comprueban que en algunos casos el uso de las plantas medicinales es idéntico y en otros casos la misma planta o alguna similar tiene usos distinto (…) es cierto que los africanos, cuando fueron llevados a América, no podían traer plantas pero si tenían conocimientos de remedios naturales y podían identificar muchas hierbas parecidas en el nuevo ambiente.”[22]

Luego, dada la simpleza de los ingredientes presentados por la doctora Pollak-Eltz y lo común tanto en humanos como en otros animales de las patologías mencionadas, muy probablemente todos estos medicamentos antes descritos fueron también usados en atención veterinaria.

De hecho, no son raras en la historia tanto de la conquista como de la colonia americana, noticias de personajes que ejercían la atención sanitaria tanto de animales como de humanos.

Junto a los conquistadores y colonos españoles y sus rebaños de ganado, particularmente de caballos, llegaron a tierras venezolanas también algunos conocedores de las artes de la herrería y el cuidado y la sanidad animal, algunos de ellos efectivamente albéitares o herradores, sin embargo muchos fueron en ocasiones médicos empíricos, boticarios, barberos sangradores o simples caballeros[23] y ganaderos, y en la mayoría de los casos herreros; estos últimos, aunque dedicados fundamentalmente a la actividad metalmecánica de construcción y forja de herraduras, practicaron el herraje por la necesidad imperiosa del proceso de conquista y todos probablemente se transforma­ron, de hecho, en albéitares practicantes del cuidado animal por la carencia casi absolu­ta de estos profesionales, tal y como podrían evidenciar algunas investigaciones.

También estos albéitares habrían, en algunos momentos, atendido humanos tal y como puede verse por ejemplo en la novela histórica Zárate de Eduardo Blanco, en la cual se da cuenta de uno de ellos, no identificado, en los Valles de Aragua en los comienzos de la época republicana venezolana, quien curiosamente además es requerido para practicarle una sangría no a un animal sino a un humano, prisionero y moribundo[24]. No es de extrañar entonces que habiendo en la conquista de América tan poca cantidad de personas dedicadas a la salud humana, los albéitares y otros personajes encargados de la salud animal

“…a solas y con la muerte rondando, tenían que atender no solo al caballo sino a su jinete…”[25]

Otros ejemplos de esta afirmación son, por un lado, el de Juan Cordero uno de los primeros herradores y albéitares de Buenos Aires en su fundación a fines del siglo XVII y que hacía además de cirujano[26]; y el caso del sacerdote misionero jesuita en Brasil José de Anchieta, fundador de Sao Paulo y Río de Janeiro, quien en marzo de 1550 le relata en una carta a sus hermanos de orden en Coimbra que estando en la localidad de Piratininga sirvió tanto como albéitar como médico diciendo

“…serví de albéitar algún tiempo, esto es, de médico de aquellos indios, y esto fue sucediendo al hermano Gregorio, el cual por mandato del padre Nóbrega, sangró algunos indios (…) Habiendo partido el hermano Gregorio, (…) quedé en su lugar y sangré muchos dos y tres veces y recobraban la salud. Y juntamente servía de poner emplastos, levantaba espinas y otros oficios de albéitar que eran necesarios para aquellos caballos, esto es los indios.”[27]

Confesión que ilustra muy bien el concepto que prevalecía entre los colonizadores del Brasil sobre los habitantes de esas tierras: Los indios eran seres sin alma, por tanto se asemejaban a los caballos.[28]

Pero volviendo a la terapéutica usada por pueblos indígenas, otro campo en donde los aborígenes americanos de condición guerrera, y los habitantes de la actual Venezuela quizás no fueron la excepción, alcanzaron un cierto conocimiento fue en la cirugía. Para la atención de los combatientes heridos

“…los precolombinos lograron algún progreso en (…) [la práctica] hemostática, analgésica y antiinfecciosa…”[29]

Conocimientos de los cuales se nutrieron los conquistadores españoles para conjugarlos con los suyos y usarlos en su propia atención y la de sus animales.

Podemos ver como otros tratamientos indígenas para afecciones más o menos simples se utilizaban desde antaño y se hicieron tradicionales en toda la población siendo ampliamente utilizados en la salud humana tanto como en la animal, al punto que en el siglo XIX fueron famosas las recopilaciones hechas por interesados en el poder curativo de la hierbas y sus acciones terapéuticas en Venezuela como el médico y estudioso de las plantas Gerónimo Pompa en su obra compiladora Medicamentos Indígenas de 1868 que incluye un suplemento sobre enfermedades del caballo en donde entre otras cosas recomienda para las llagas producidas por las sudaderas y las sillas en las bestias lavar la lesión con jugo de Cocuiza (Agave fourcroydes o Furcraea andina) untar manteca con carbón y colocar una hoja de Plátano o Cambur (Musa sp) soasada antes de poner de nuevo la sudadera[30].

Otro caso es el del recopilador de conocimientos antiguos Telmo Romero, quien en 1884 publicó un libro de secretos indígenas llamado El Bien Generalque incluye un Compendio de Veterinaria que agrupa instrucciones y recetas para el manejo de animales, especialmente bovinos y equinos, y el tratamiento de sus enfermedades presentado recetas para curar afecciones como la derrengadera equina (tripanosomiasis), sarna, moquillo, y algunas parasitosis.[31]

En las fórmulas farmacéuticas de Romero predominan las mezclas de elementos vegetales animales y minerales que son usados en forma de purgantes dado el apego de Romero a la concepción de la teoría de los humores; las mismas recetas en ocasiones eran recomendadas para ser usadas a manera de unturas y cataplasmas[32].

Como ejemplo tenemos el comentario de Romero con respecto a la sarna en caballos, la cual era tratada hacia 1884 en Venezuela,

“...como se hacía desde mucho tiempo atrás, con una mezcla de libra y media de manteca de res, cuatro onzas de frutas de bixa, bija o sea onoto [Bixa orellana], cuatro de cebadilla pulverizada...”[33]

La cual era cocinada para extraer el jugo que era colado en un lienzo y administrado, aun tibio, vía oral al animal. El sólido restante del colado se untaba en las lesiones.

Romero también indica que para las nubes, formadas por golpes o cualquier otro incidente, en los ojos de las bestias se le instilaba en el lagrimal un colirio preparado con

“Media onza de Acíbar de Zábila [Aloe vera], media onza de Miel de Abejas y 6 granos de Sal Común”[34]

Para los callos y las gomas se recomendaba una untura compuesta de los siguientes ingredientes:

“Aceite de Coco 2 onzas, Aceite de Linaza 2 onzas, Ácido Fénico 4 onzas y Bromato de Potasa 1 onza”.[35]

Otros ejemplos de antiguas prácticas etnoveterinarias coloniales que han sido tradicionales en la zona oriental de Venezuela, incluida la isla de Trinidad, y que han llegado hasta nuestros días son el uso de plantas para el tratamiento de afecciones en los equinos descritos por un equipo de investigadores canadienses y trinitarios entre los que destacan un cocimiento ya sea de hojas brotes y frutos de la Guayaba (Psidium guajava) o de Plátano o Cambur verde(Musa sp) para la diarrea; cataplasmas de Cactus o Tuna (Opuntia sp), Zábila (Aloe vera) u hojas o aceite de Ricino (Ricino Ricinus communis), también llamado aceite de tártago o de castor, para las torceduras y lesiones de tendones[36], así como el uso de la Liana o Bejuco Cadena (Bauhinia cumanensis) para el tratamiento de mordeduras de serpientes en humanos y perros cazadores[37], práctica también conocida entre la etnia Warao del Delta del Orinoco[38].

Como ya hemos dicho, la mayoría de las plantas medicinales usadas durante la colonia eran específicamente americanas; sin embargo, el intercambio con el mundo a través de los europeos provocó la incorporación del arsenal terapéutico de plantas provenientes de todos los continentes al punto que investigadores señalan que de 216 especies estudiadas en el año 2000 en el norte de Suramérica (Brasil, Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú) 80% fueron de origen europeo, mediterráneo o asiático, 9% de origen africano y 8% provenientes del nuevo mundo[39].

Ejemplo es la introducción de la Granada (Punica granatum), de origen mediterráneo, pero ampliamente distribuida en el sur de la península ibérica en donde los ganaderos utilizan el macerado y cocido de su raíz vía oral como antihelmíntico, en especial para las tenias (Taenia saginata o Taenia solium); aunque se conocía también el poder antibacteriano y cicatrizante del macerado de las flores o la corteza de esa fruta colocado sobre las heridas y úlceras[40].

También es importante mencionar otros elementos de la cultura popular asociados al tratamiento de enfermedades, como los esotéricos usados por conocedores que no dejaron constancias escritas de sus “saberes” y prácticas, y de las cuales algunas han llegado hasta nuestros días por tradición oral. Una de ellas consiste en rezar para curar al ganado y justamente el novelista Rómulo Gallegos en su periplo apureño en las jornadas de investigación para escribir su obra Doña Bárbara (1929) tuvo contacto con estas prácticas. De hecho, Gallegos cuyos protagonistas casi siempre se basaban en personajes reales, incorpora en esta novela a un individuo de nombre Melquíades quien era conocido como “El Brujeador” por sus habilidades con la oración para domar potros y sacar el gusano del ganado y cuyos rezos estaban compuestos por una serie de gestos, conjuros y hasta la elección del día de la actividad dependiendo de la fase de la luna[41]. En efecto, el rezo, las solicitudes de protección y las promesas, a santos católicos como San Lázaro, San Francisco de Asís o San Martín de Porres o a cultos paganos como María Lionza todos relacionados con los animales, para la cura de sus afecciones han sido también mucho uso en Venezuela.

En el estado Guárico, en pleno corazón de los llanos venezolanos, existen tradiciones de este tipo. Por ejemplo, en Camaguán los rezos y ensalmes se utilizan contra el mal de ojo, culebrillas, erisipela, lombrices, parásitos, picadas de culebra, plagas e insectos; sirven también para espantar culebras y proteger a las personas y animales; en tal sentido sostiene Malaspina, historiador de la medicina de esa región venezolana

“Julio De Armas dice que para las mordeduras de animales el campesino guariqueño recurre tradicionalmente a emplastes de tabaco [Nicotiana tabacum] masticado, cauterización con hierros, clavos candentes, oraciones y ensalmos.”[42]

Solo es a finales del siglo XIX, cuando el conocimiento de nuevas tecnologías provenientes de exterior fue aumentando, sobre todo con el intercambio establecido en el período guzmáncista[43] con Francia, país natal de la medicina veterinaria científica y académica, empezaron a conocerse las técnicas de prevención y tratamiento de enfermedades de los animales, incluidos los novísimos medicamentos patentados, que los ganaderos fueron asimilando rápidamente. No obstante, los sistemas de tratamiento antiguos siguieron siendo de uso común en muchas regiones del país, tal y como quedó establecido el 1º Congreso de Agricultores, Ganaderos, Industriales y Comerciantes de Venezuela efectuado en Caracas entre el 02 y el 23 de julio del año 1921, cuando se decía que

“…la generalidad de los criadores son personas muy entendidas o prácticas en las curaciones de distintas enfermedades que se presentan en los animales y aplican (…) [algunos] sistemas tradicionales de curación”[44]

Algunos de tales sistemas aplicables a caballos, mencionados por los ganaderos en el referido congreso, los cuales constituyen verdaderos ejemplos de etnoveterinaria, son

“…el uso de baño de agua fría para la derrengadera[45]. La sangría y el abrigo de las bestias previo baño caliente con infusión de guaco y aguardiente para mejorar la bobita[46]. El engrase del lomo y el uso del agua de corteza de guásimo [Guazuma ulmifolia] para bebida en el tabardillo. Fricciones de limón con sal, pomada azufrada, manteca de cerdo o de una mezcla 1:1 de aceite de coco con kerosén para combatir el arestín[47]. Fumigación nasal de humo de yesca (Corazón de maguey [Agave fourcroydes o Furcraea andina]) o insuflación nasal de sal molida para el muermo” [48]

Y para el ganado vacuno recomendaban

“baño de agua fría para controlar el vegijazo o hinchazón de la vejiga. Un collar de limones agrios para la papera. Jarabe de ipecacuana 3 veces al día para la disentería. Sulfato de hierro en polvo para la diarrea del ternero. Untura en las zonas externa de una mezcla 1:1 de aceite de linaza con kerosén o en las zonas internas de una mezcla de 12:1 de sal con azufre para las garrapatas. Los animales que consumen sal muy rara vez se les observan nuches[49]”.[50]

Por cierto que, los nuches y otras miasis, al parecer fueron de las principales enfermedades observadas por los ganaderos coloniales españoles en Venezuela tal y como lo señala Pablo Vila, refiriéndose Relación Geográfica de Nueva Segovia de 1579[51], la cual habla de que los

“…‘…animales que de España han venido se dan muy bien, solo hay un inconveniente que si está herido un animal de los dichos y no se visita en breve, le caen muchos gusanos y así por esta causa no se cría como se criara sino hubiera este inconveniente’. Inconveniente que se extenderá a todo el ámbito nacional y cuya duración es ya demasiado prolongada.”[52]

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